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nos mutiladas al tribunal, y que no hubo valor para presentar ante los ojos del pueblo francés a uno de sus antiguos defensores sometido a la tortura de los esclavos. Yo no admito esta sospecha; en las acciones de Bonaparte hay que buscar siempre el cálculo en que se inspiran, y no es fácil descubrirlo si se admite la última suposición; lo cierto es, probablemente, que la presencia de Moreau y de Pichegru juntos en la barra de un tribunal, hubiera acabado de soliviantar la opinión. Ya acudía una muchedumbre enorme a las tribunas de la audiencia; muchos oficiales, y a su cabeza un hombre leal, el general Lecourbe, exteriorizaron valerosamente una viva simpatía por el general Moreau (1). Cuando el procesado iba al juicio, los gendarmes encargados de su custodia presentábanle armas con respeto.

Ya se comenzaba a creer que el honor estaba de parte de los perseguidos; pero Bonaparte se hizo proclamar emperador cuando esta fermentación era más fuerte, y con eso llamó la atención de los ánimos hacia otra parte, pudiendo así ocultar sus maniobras, en medio de la tormenta, mucho mejor que en plena tranquilidad.

El general Moreau pronunció ante sus jueces uno de los mejores discursos que la historia puede ofrecernos; recordó, pero con modestia, las (1) Lecourbe había sido uno de los lugartenlentes de Moreau en la campaña de 1800; profesaba franca amistad a su general. y por eso se interesó vivamente por su situación.

Hizo en su favor cuanto su posición le permitía, y asistió a todas las sesiones del juicio, en las que acompafió a la mujar de Moreau.

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