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cubiertos por la lápida sepulcral. Ya sucedió eso una vez: la tierra del cementerio se abrió, y salieron de sus tumbas los muertos. Los muertos no esperados en el festín.

III

He aquí los nombres de los camaradas con quienes hice amistad durante aquellas cortas horas: el profesor Pascale y Dehuzepe, Pinchio, Alba. Fueron fusilados por unos soldados. Había además otro—joven, guapo, servicial—que me daba lástima. Yo le quería como a un hijo, y él me quería como a un padre; pero no sé su nombre; o no tuve tiempo de preguntárselo, o se me ha olvidado. También lo fusilaron. Me parece que había además uno o dos, amigos también, pero no estoy seguro. Hasta que fusilaron al joven no me escapé; me había escondido allí cerca, detrás de la tapia ruinosa, junto a un cactus caído. Lo vi y lo oí todo. Y cuando me iba, el cactus hundió sus espinas en mi carne: lo habían plantado junto a la tapia para que los ladrones se pinchasen en él. ¡Los ricos tienen muy buenos servidores!

IV

Fueron fusilados por unos soldados. Acuérdate bien de los que te he nombrado; en cuanto a los otros, cuyos nombres no te he dicho, hazte la cuenta de que no los fusilaron. Sólo te pido que