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—Así fué, así será. Así fué, así será.

—¿Verdad?—animábale el relojero del ojo único, desternillándose de risa.

—Así fué, así será. Así fué, así será.

Y, cuando anocheció, el relojero del ojo único se acostó y se durmió con un sueño profundo. Pero el péndulo no dormía y se balanceaba sin cesar sobre la cabeza de su amigo, inspirándole sueños extraños.