la multitud compacta constituía un fondo negro; en el que no se podía distinguir nada. Las figuras aisladas parecían desde lo alto hormigas en pie sobre las patitas traseras. Subían lenta y trabajosamente por escalones invisibles, y se agitaban. Resultaba extraño que allí, en el tejado, hubiera hombres ordinarios con la cabeza, la boca y la nariz ordinarias.
Las trompetas hacían un ruido ensordecedor.
Un cochecito negro se aproximó al patíbulo. Durante largo rato no se pudo distinguir nada. Después, un pequeño grupo salió del coche y subió muy lentamente por los escalones invisibles. Poco después se subdividió, se dispersó y quedó de él un solo hombre en mitad del patíbulo.
Los tambores batían. El corazón se encogía de terror. Reinó un silencio súbito.
La figurilla aislada levantó la manecita, la bajó, la levantó de nuevo. Seguramente hablaba algo, pero nada se oía. ¿Qué hablaba?
Los tambores empezaran de nuevo a tronar, esparciendo por todos lados sonidos que desmenuzaban la atmósfera.
Se advirtió un movimiento en lo alto del patíbulo. La figurilla desapareció. Se procedió a la ejecución. Los tambores sonaron; luego, de pronto, enmudecieron. Reinó nuevamente el silencio. En el lugar donde se encontraba momentos antes el Vigésimo apareció una nueva figura con la mano tendida. En la mano se veía algo muy pequeño, claro por un lado, obscuro por el otro;