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XXVII

Arregla tu reloj para que ande bien hasta que se pare. Guarda tus llaves; lo has cerrado todo con llave, incluso el paraíso. Te serán muy útiles las llaves mientras la puerta exista. Da, sigilosamente, unas vueltas alrededor de la prisión. Y cuando reine el silencio pensarás: todo está tranquilo, no hay nada que temer. Y te irás a la cama. Pensarás: el silencio es tan profundo, que si se le ocurre roer el hierro de la reja, lo oiré. Y te acostarás descuidado. Y cuando estés durmiendo, feliz, sin soltar el manojo de llaves, empezará de nuevo, súbitamente, su tocata el troimbolista subterráneo, te despertará con un ruido infernal, te hará saltar del lecho para que lo puedas ver todo al morir. Tus ojos se abrirán, se abrirán; el terror los dilatará. Y tu corazón cesará de latir para que al morir lo puedas oír todo.

Y tu reloj se parará.

XXVIII

¡Libertad!