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daba con él, se ponía rojo de cólera y de emoción, respiraba con dificultad. Anunciaba sin titubear los grandes juegos, seguro de antemano de que encontraría en la reserva lo que le hiciese falta.
Cuando recibió las cartas de manos del sombrío Procopio Vasilievich y las miró, su corazón empezó a latir violentamente, y luego casi se detuvo; sus ojos se nublaron, y estuvo a punto de caerse: tenía en la mano doce bazas; los tréboles y los corazones, desde el as hasta él diez, el as y el rey de copas. Si encontrase, además, el as de bastos en la reserva, podría jugar el "gran chelem" sin triunfos.
—¡Dos sin triunfos!—anunció, para comenzar, con voz alterada.
—¡Tres bastos! —replicó Eufrasia Vasilievna, no menos emocionada, pues tenía todos los bastos, a partir del rey.
—¡Cuatro corazones!—dijo secamente Jacobo Ivanovich.
Maslenikov elevó de repente el juego hasta el "pequeño chelem"; pero Eufrasia Vasiiievna, arrastrada por el entusiasmo de la lucha, no quiso ceder, y, aunque no le cabía duda de que sería derrotada, anunció el "gran chelem", en bastos.
Maslenikov, meditó un momento, y con cierta solemnidad, tras la que se adivinaba el miedo, anunció lentamente:
—¡"Gran chelem" sin triunfos!
El asombro de los jugadores era indescriptible. ¡Maslenikov jugaba el "gran chelem" sin