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—¡Me arrepiento de mi conducta!... ¡Ahora voy a ser juicioso!—balbuceó.

Pero esta promesa, que les causaba siempre a los profesores gran impresión, no le causó ninguna a la respetable dama.

—¡Harás bien, amiguito!—dijo fríamente.

Entonces Sachka, con acento rudo, insistió:

—¡Dame el angelito!

—¿No te digo que es imposible? Debías comprenderlo.

Pero Sachka no lo comprendía, y, cuando la señora se dirigió a la puerta para salir, se fué tras ella, mirando con ojos estúpidos su traje de seda. En aquel momento se acordó de que un colegial de su clase, al ver que le habían puesto, mala nota, se arrodilló ante el profesor, cruzó las manos como para rezar y empezó a llorar. El profesor se enfadó; pero acabó por ponerle mejor nota, como quería. Sachka, aunque había hecho con tal motivo una caricatura, pensó que quizá no fuera aquel un mal procedimiento. Le tiró de la falda a la dama, y, cuando se volvió hacia él, se arrodilló aparatosamente y cruzó las manos como para rezar; pero las lágrimas no acudieron a sus ojos,

—¡Tú estás loco!—exclamó la señora, y miró alrededor.

Por fortuna, no había nadie en el gabinete.

—¿Qué te pasa?

Sin levantarse, con las manos cruzadas, Sachka le dirigió una mirada de odio y dijo rudamente: