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goría de los niños a quienes Sachka detestaba y perseguía más sañudamente.

¡Miss me ha dicho que eres un muchacho in grato!—dijo, deformando las palabras con su media lengua infantil—. ¡Y yo soy un buen muchacho!

—¡Naturalmente!—replicó Sachka, contemplan de con mirada irónica los cortos pantalones de terciopelo y el ancho cuello vuelto del niño.

—¿Quieres este fusil? ¡Tómalo!—dijo Kolia.

Y tendió a Sachka un fusil de madera, del que pendía un tapón de corcho.

El Lobito tomó el fusil, colocó el corcho en la boca del cañón y, apuntando a las narices de Kolia, que no sospechaba nada, disparó.

El tapón, después de chocar con las narices del pequeñito, se quedó colgando del fusil.

Los ojos azules de Kolia se agrandaron aún más y se humedecieron de lágrimas. Retirando el dedo de sus labios y llevándoselo a la nariz enrojecida, gritó con voz quejumbrosa:

—¡Malo! Malo!

En aquel momento entró una linda joven, cuyos cabellos rubios tapaban parte de sus orejas. Era la hermana de la señora Svecnikov, la antigua discípula del padre de Sachka.

—¡Mírele!—le dijo a un señor calvo que la seguía, enseñándole a Sachka—. ¡Sachka, saluda! No hay que ser mal educado.

Pero Sachka no saludó ni al señor ni a la joven. Ella ni sospechaba que Sachka sabía muchas