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y que le había valido en el colegio el remoquete de Lobito.

—¡Te voy a dar una paliza!

—¿Sí? ¡Prueba!

Ella sabía que no le podía pegar, pues era bastante fuerte para defenderse y le mordería las manos. Aunque podía echarle de casa, no adelantaría nada con eso: el muchacho pasaría la noche fuera, helándose; pero no iría a casa de Svechnikov. Pensándolo así, apeló a la autoridad de su marido.

—¡Vaya un padre!—dijo—. No se atreve a decirle nada a su hijo.

—Verdaderamente, Sachka, no sé a qué viene eso—dijo Ivan Savich desde le poële—. Acaso te convenga ir... Es buena gente.

Sachka se sonrió despectivamente. Su padre había sido hacía ya mucho tiempo, antes de nacer él, preceptor en casa de Svechnikov, y tenía en muy buen concepto a dicha familia. En la época en que la servía no bebía aún. Rompió con ella cuando se casó con la hija de su patrona. Des pués se entregó a la bebida y cayó tan bajo que le encontraban con frecuencia borracho perdido en la calle y le conducían a un puesto de policía. A pesar de todo, los Svechnikov seguían dándole dinero. Su mujer, aunque los odiaba, como odiaba los libros y cuanto le recordaba el pasado de su marido, tenía en mucho las relaciones con aquella familia y se envanecía de ellas ante sus amistades.