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con sus amigos de la calle hasta que cada uno se fué a su casa y se cerró la puerta tras el último que se retiró. Había anochecido ya, y densas tinieblas llegaban de los campos próximos. Una lucecita rojiza apareció en la casa vieja y negra, situada casi a un extremo de la ciudad, donde vivían Sachka y sus padres.

El frío se había hecho más intenso. Al pasar por el círculo luminoso proyectado por un farol, vió flotar en el aire blancos copos de nieve.

Había que volver a casa.

—¡Vagabundo, canalla!—le gritó su madre, amenazándole con el puño.

Pero no le pegó. Llevaba las mangas subidas y se veían sus gruesos brazos desnudos. Su rostro sin cejas estaba cubierto de sudor. Al pasar junto a ella, notó Sachka un penetrante olor a "vodka". La comadre se rascó la frente con la uña corta y sucia de su grueso pulgar, y, en vista de que no tenía tiempo de reñir a su hijo, se limitó a escupir con indignación y a gritarle:

—¡Ya verás, granuja! ¡Yo te enseñaré a andar por la calle sin hacer nada!

Sachka hizo un ruido con la nariz que expresaba un profundo desprecio, y pasó a la habitación inmediata, donde se oía respirar trabajosamente a su padre, Ivan Savich. El pobre hombre tenía siempre frío y trataba de calentarse, permaneciendo sentado sobre le poële, con las manos pegadas a los ladrillos.

—Sachka, la familia Svecsnikov te ha invitado