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do yo salía de casa. ¿Acaso él también había oído aquellas llamadas misteriosas? ¡Quién sabe! ¡En aquella gran época ocurrían tantas cosas extraordinarias!

Dirigí una mirada a las paredes, a los muebles, a la bujía, cuya llama vacilaba, y estreché la mano de mi mujer.

—¡Bueno, hasta la vista!

—¡Sí, hasta la vista!

Y a eso se redujo todo.

Me fuí. En la escalera olía mal y no se veía. Envuelto en las tinieblas, buscando con los pies los viejos escalones de piedra, experimentaba un sentimiento de felicidad inmensa, de alegría in finita, que llenaba todo mi ser.