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sur, organizando el levantamiento simultáneo de los pueblos de esa rejion. Hacia frecuentes viajes a la cordillera, llegando hasta Mendoza, por caminos hasta ahora solo por él conocidos, estableciendo comunicaciones directas por medio de correos especiales con San Martin, ordenando el plan de la campaña de invasion y disciplinando al espíritu popular con sus golpes de andacia. Personalmente efectuaba sus empresas y penetraba solo a las ciudades, sin cuidarse del famoso Tribunal de Vijilancia que funcionaba en Santiago y que ara una especie de nuevo Argos de cien ojos, que todo lo veia alrededor del poder y de la policía colonial. Enloquecia de rabia y desesperación a los jefes realistas y a Marcó con sus diabluras infinitas. Todo el rejimiento de caballería de los terribles Talaveras, comandado por el feroz San Bruno, estuvo en constante movimiento en su persecucion, siendo siempre burlado en sus correrías por el astuto y valeroso guerrillero. Una noche en que se daba una tertulia en casa de su confianza en Santiago, produjo la mas embargante sorpresa su llegada de repente y sin aviso previo, pasando la velada jugando malilla con la mayor calma, mientras los invitados desfallecian de terror y de inquietud. En espíritu travieso gozaba con el espectáculo de sus aventuras, contemplendo el miedo que causaba su temerario coraje. En otra ocasion se presentó en la cárcel y penetró en ella dizfrazado de sirviente doméstico, para hablar con un amigo que se encontraba preso. El asombro que entre sus mismas relaciones causaban sus actos de serenidad inandita, era natural y consiguiente, pues parecia increible tanta temeridad y atrevimiento. Llevó su audacia hasta presentarse a Marcó, en su propio palacio, en pleno dia, a abrirle la portezuela del coche para que bajase de él, con el único objeto de conocerlo. Sus actos de audacia y de valor le conquistaban las simpatías de todos sus conciudadanos, los cuales se imponian el deber de ampararlo y protejerlo. En los campos y en las ciudades, todos los propietarios, los bacendados y los inquilinos, como los jefes de familias, eran sus amigos, sus cooperadores, seducidos por su jenio y su coraje, dominados por su atrayente juventud y por el noble sentimiento de respeto, de admiracion y de simpatía que despiertan el valor, el patriotismo, la abnegacion y la superioridad dal carácter. Aquel jóven delicado, que jamas habia tenido trato con las jentes de los campos, culto y de hábitos refinados, se insinueba sin esfuerzo con los huasos y se hacia comprender y estimar sin inspirar reservas ni desconfianzas, pues éstas son naturales entre los campesinos y los futres, como pintorescamente llaman en su lenguaje vulgar a los jóvenes de sociedad. Los labriegos y los campesinos sufrian las despredaciones mas feroces de los soldados realistas, que talaban, robaban e incendiaban sus campos y sus chozas, con la mas estoica abnegacion, sin delatar al heroico guerrillero. El a su torno, asaltaba las haciendas de los realistas y en sus sorpresas dejaba sembrado el espanto y el terror en los campos que cruzaba con su banda de montoneros Refujiado en una iglesia y rodeado de soldados españoles que lo bus-