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Francia y que sienten cierto placer en presen- ciar un espectáculo evocador tal vez de antiguas fiestas pasadas en París.
En otro tiempo habíamos encontrado ya esas fisonomías por el bulevar de Montparnasse y por el de Port-Royal; pero aquellas figuras eran de rostros delgados, con cabellos largos, e iban en- vueltas en capas sombrías; se acompañaban por algunas extrañas siluetas de estudiantes.
Hoy, los mismos hombres que han vuelto a su casa y que son los amos del momento, están bien peinados, lucen puños nítidos en sus cami.- sas y perillas cortadas con esmero. El oficio de bolchevique no carece de ventajas, y todos aque- llos que se acercan a las grandes autoridades del partido adoptan actitudes graves, casi solemnes.
En el teatro, donde entran por su voluntad, evitan aplaudir, como si no quisieran recordar- nos—y al mismo tiempo que a nosotros, a Fran- cia—una concesión que no desean otorgar.
Pero hay algo peor.
Hemos visto muy bien en los balcones y en otros muchos lugares confortables a individuos enteramente desconocidos para nosotros; rostros muy característicos de una nacionalidad que no estaba admitida aqui.
No queremos pretender que aquellas personas llevasen uniforme bajo sus gabanes. No es pro- bable que ¡os oficiales se hayan atrevido a aven-