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DIARIO DE UNA COMEDIANTA 83

a los que deseen verles, y esto sin recomenda- ción de ningún género,

Me basta escribir mi nombre en una hoja de papel.

Después de media hora de espera, me llaman al mismo tiempo que a otras cuatro personas.

El secretario que me introduce tiene un rostro extremadamente desagradable, es el verdadero tipo del negro blanco. Chapurrea el francés pe- nosamente.

Avanzo algo vacilante y sin darme cuenta de ello. Es absurdo, pero este medio nuevo para mí me produce un malestar inexplicable. De- searía huir como si estuviese rodeada de peli- gros, como si me hallara en un país enemigo. No debe ser más desagradable encontrarse repenti- namente rodeada de alemanes.

Sin embargo, es preciso obstinarse y llegar al fin del arreglo. Mi situación pecuniaria va de por medio, y es imperiosa en esta época en que todo tiene un alto precio. ¿Qué haré, cómo viviré, si no logro mi propósito?

Me enderezo. Procuro tomar buen aspecto y doy algunos pasos hacia una mesa, detrás de la cual se ve una persona de alta estatura.

Es un hombre que está en pie, tiene la mano en el chaleco, y su actitud recuerda la de Na- poleón...

Este hombre, que nada me ha dicho todavía,