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DIARIO DE UNA COMEDIANTA 61

mos fijar en las puertas de las casas que habi- tamos.

Esos miserables, ¿van a dejar de respetar a los extranjeros?

La francesa a quien acaban de saquear la ha- bitación desde los cimientos hasta los techos, según dice mi amigo, está muy lejos de ser rica. Le quitaron todo, hasta un pequeño medallón de oro, en que guardaba los cabellos y el retrato de su hija muerta. Suplicó mucho; pero nada consiguió.

La desdichada no conocía el único medio que era preciso emplear, y estaba imposibilitada para ponerlo en práctica.

Este medio consiste en rescatar del ladrón el objeto que acaba de sustraer.

Los periódicos publican la noticia de que los teatros y los cinemas van a ser clausurados por falta de luz.

Dichosamente, el Teatro Miguel tiene su elec- tricidad propia.

Me aventuro hacia esa mansión amada. Las calles están más tranquilas.

Daumerie, nuestro regidor, tiene una calma admirable. Quiere que, aun en medio de esta tormenta, continuemos los ensayos. ¡Eso es trá- gico!

¡Con tal de que los bolcheviques nos dejen representar!