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DIARIO DE UNA COMEDIANTA 40

mal pescado salado, y la autoridad, bien o mal, los distribuye a desdichados que se arrojan para cazar la presa.

Las personas adineradas hacen lo que pueden, dando a manos llenas para las innumerables co- lectas,

Hoy han venido a llamar a casa “siete veces para obras de beneficencia, verdaderas o su- puestas, debidas a la iniciativa de personas ab- negadas o interesadas.

Pero cuando estos pobres diablos no encuen- tren ya víveres ni leche para los enfermos y los niños; cuando ya no [haya nada normal ni nada práctico y se les colme la medida, ¿qué suce- derá?

Nada, tal vez... La apatía singular y conmove- dora de este pueblo, hará que mueran en silen- cio, de la manera más lamentable.

No son éstos los que hacen la revolución. No son capaces de un esfuerzo semejante. Son los políticos quienes la hacen por ellos.

Es preciso compartir hasta cierto punto la apa- tía del alma rusa. Es el único medio de no sufrir en exceso, Sin esto, no habría vida posible.

Intenté acostumbrarme a ello, y por momen- tos, con la esperanza renaciente, pienso que todo esto no puede durar y que otros acontecimien- tos imprevistos resolverán tan espantosos pro- blemas.