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DIARIO DE UNA COMEDIANTA 45

fan también. Pero el oficial, un guapo mozo, no parece gustar de las discusiones.

—Si pudiera dar a usted un consejo—agrega en voz baja —, le diría que volviera inmediata- mente a su casa, porque se prepara un gran motín y estamos recogiendo todos los carruajes.

No me lo hago repetir, y volvemos veloz- mente a casa.

Ante la puerta veo a una de nuestras vecinas con los brazos llenos de provisiones.

Me dice con un aire emocionado:

—Mañana pasarán cosas espantosas, y todas las tiendas estarán cerradas. Por eso me he pro- visto,

Quise burlarme de esta miedosa; pero oí cla- mores en la calle.

Hay niños que corren y personas que van con los brazos levantados.

Un gran resplandor rojizo abarca el horizonte.

El oficial de hace un momento no me engañó.

A nuestra derecha disparan de la Kamenos- trwsky; se dispara sin interrupción. A veces hasta se diría que por salvas.

Parece que, como una medida de prudencia, fueron levantados los puentes que comunican las dos riberas del Newa. Quizás tenían temores de un intenso movimiento sedicioso fomentado por los obreros.

Entro, pues, sintiéndome abandonada.