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DIARIO DE UNA COMEDIANTA 29

yecto, pero los clamores se redoblan; las gentes, delante de mí, continúan en su precipitada fuga, y yo avanzo prudentemente escondiéndome en las puertas.

En mi fuga, cuando voy a atravesar una en- crucijada, oigo silbar las balas, inconfundibles, precisas, sin que pueda yo decir por eso de dónde vienen.

Una mujer que está cerca de mí se lleva la mano a la frente, como si fuera a desvanecerse, y cae como una masa ¡nerte.

Cerca de una iglesia me resbalo sobre un gran charco de sangre ya helado—hay doce grados bajo cero...—, la fusileria debe haber hecho allí una víctima.

Corro precipitadamente, muy turbada, y como una mujer ebria. Este día, en el que recibí mi bautismo de fuego, será inolvidable en mis re- cuerdos.

Llego helada a la casa, y estoy como un autó- mata hasta que el portero me lleva al ascensor.

Este hombre tiene la máscara impasible de siempre, la misma solemnidad de criado correc- to y el mismo uniforme de grandes botones.

Sin darse cuenta de que me hallo en un esta- do febril extraordinario, desempeña su cometido maquinalmente con su sonrisa hipócrita.