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la ciudad, trayendo noticias cada vez peores.
¿No habrá algo de exageración? No sé. No me atrevo a creerlo,
Se cuenta que esta tarde los amotinados obli- garon a un anciano general, que mandaba el arsenal situado en la unión de la Lithine y la Sergnievskaña, a salir de su oficina.
El pobre hombre, confiado, no bien hubo puesto el pie fuera, cuando un soldado, envalen- tonado por una mujer que vociferaba, le apuña- ló. Cayó sin exhalar una queja.
A 28 de Febrero.
Se espera con impaciencia al emperador.
¿El emperador? ¡Ay, Dios míol
Estaba ausente de Petrogrado, y vuelve a la ciudad en revolución.
Pero todo el mundo dice que su prestigio se ha perdido; que el pueblo que tanto le veneró y hasta le amó, se ha vuelto completamente contra él. Ya no es el petit pere.
No se sabe por quién han sido traídas a la memoria y puestas en circulación las reminis- cencias penosas de las fiestas de la coronación en Moscú, en las que hubo tantas víctimas de- bido al hundimiento de inmensas tribunas.
Se ha querido ver en ello este mal presagio: