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ron con el mayor cuidado; abrieron todas las ca- jas, palparon cada uno de los objetos y no que- dó rincón sin escudriñar.
Repentinamente vi a mi compañera de viaje que palidecía y, que inclinándose hacia mí, dijo febrilmente:
—¡Han encontrado mi dinero!
Yo sabia, en efecto, que ella había escondido dos mil rublos en un pequeño reloj de mesa. Era imposible viajar con los mil rublos que le permitían a uno llevar consigo; yo había hecho otro tanto y tenía ocultos algunos marcos finlan - deses.
Me estremecí. ¿Qué ¡ba a ser de nosotras? De seguro ya no pasaríamos la frontera y el dinero nos sería confiscado. El soldado que lo encontró exhibió los dos billetes; pero mi amiga, sin vacilar, afirmó que los había.olvidado en aquel escondrijo, donde los colocó hacía dos años, cuando viajó con Gorki y con Chaliapine por Crimea. Inmediatamente pensé que se perdía, porque esos billetes no existían en aquella época, pues fueron emitidos durante la revolución.
Gracias a Dios no analizaron el hecho, y de- clararon simplemente que los billetes quedaban confiscados. Esto les despertó la desconfianza y registraron más escrupulosamente,
Todo fué desembalado y ajado entre manos descuidadas. Y pensé:
