184 PAULETTE PAX
cabo de una hora de espera, se me acerca un ca- ballero y me habla en los términos siguientes:
—Usted es francesa, y yo lo soy de corazón. Uno de mis amigos desea salir de Rusia. ¿No podría usted indicarme algún medio para lo- grarlo, pues los bolcheviques le niegan el visto bueno? Se me ha informado que puede salir por Finlandia y que los oficiales de la Misión fran- cesa ya salieron de Petrogrado.
Me mantuve firme, y repuse:
—Está usted en un error. Los oficiales toda- vía se hallaban ayer por la mañana en sus puestos. Estoy enterada de que lograron huir ayer por la tarde; pero desconfío.
—Ruego a usted —insiste—que me proporcio- ne ese medio para mi amigo.
Enfadada, repuse:
—No hay medio alguno. Le ha engañado a usted.
Entonces adoptando otro tono, me pregunta:
—¿Qué se le ofrece a usted?
Le enseño el error cometido en mi pasaporte.
Me hace entrar en un gabinete, llama a una sefiorita; ordena que se haga la corrección, pone un sello que llevaba en el bolsillo, y sonriente, me dice:
—i¡Vaya si es usted discreta!...
¡Imbécil!