DIARIO DE UNA €OMEDIANTA 177
Le rogué que se calmara. El ministro se halla- ba en un estado de exasperación fácil de com- prender. Pero insistí con todas mis fuerzas.
La desgracia llega más pronto, cuando los mo- mentos son aílictivos.
A 11 de Septiembre.
A las doce del día voy al Consulado de Dina- marca.
La primera persona que encuentro, es la espo- sa del capitán Vacquier. Su marido sigue preso, y la desgraciada me dice, entre sollozos, al mis- mo tiempo que apoya la cabeza contra el muro:
—¡Van a matarlo!
Es un espectáculo desgarrador.
El asombro aparece en todos los semblantes. Me dirijo al Sr. Binet, nuestro encargado de ne- gocios. Está pálido y me estrecha nerviosamente la mano. Temo interrogarle. Pero, más bien gri- tando que hablando, me dice precipitadamente:
— ¡Esto es horrible, en la fortaleza se trata a nuestros desgraciados amigos, como si fueran malhechores! Literalmente están muriéndose de hambre. Piden socorro, y los guardias rojos les amenazan con el patíbulo... y los neutrales per- manecen callados. ¡Aún no han protestado con- tra la violación de la Embajada de Inglaterra!
—¿Qué será preciso hacer?—le pregunto.
—Una protesta enérgica de todos los neutra-
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