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DIARIO DE UNA COMEDIANTA 19

los oficiales del séquito del emperador. Nuestro teatro está infectado de estos inútiles. Se ve una fila de funcionarios en cada puerta, encargados de cuidarlas o de abrirlas, y forzosamente servir- les, además de obsequiosos...

Todos estos acontecimientos que se pregonan nos quitan casi el ánimo para representar. Y, por otra parte, ¿podremos trabajar? Casi nadie hay en la sala. Es la primera vez que esto sucede. El Reglamento es preciso: si hay menos de siete espactadores, no se representa.

¿Cuántos son? Detrás del telón, listos, pero muy nerviosos, contamos. Hay cuatro... no... cinco...

La situación es ridícula y trágica. He ahí un sexto espectador. Contamos de nuevo con Dau- merie. Seis, nada más... Por mi parte, yo quisiera estar a cien leguas de aquí...

—¡Levantad! —ordenó repentinamente la voz de Daumerie.

¡Dios mío! Nuestro regidor vió llegar el sép- timo espectador, el fatal séptimo...

Y para respetar aquellos maldecidos estatutos, representamos la obra, pero a conciencia, abso- Iutamente como si la sala estuviese llena. Em- pleamos febrilmente aún cierta coquetería por distinguirnos.

Se me figura que nunca he desempeñado tan bien mi papel.