DIARIO DE UNA COMEDIANTA 17
El pueblo bajo no se sorprende de la guerra. Es muy apático. Nitchevo (1). Lo que le hace salir asi a la calle es la falta de víveres. El pro- blema, desde ese punto de vista, se presenta an- gustioso; pero, la desconcertante apatía de este pueblo, ¿es capaz de proceder en algún sen- tido?
¡Contraste penoso! Este problema no interesa a las clases acomodadas. Esas clases han hecho aisladamente provisión de víveres en los sótanos de las casas y en toda clase de escondrijos.
He ido a lo largo del Newa a tomar el té al Hotel Medwied... Sí, el té..., porque nada ha cambiado todavía en los hoteles de moda. Todo allí es de un precio excesivo, pues el lujo conti- núa imperando en ese lugar, donde se realizan numerosas reuniones del mundo elegante.
El tiempo está soberbio. El sol, casi cálido. En este barrio todo parece relativamente tran- quilo. Sólo algunos raros disparos de armas de fuego se oyen a lo lejos.
Mas he aquí que de un modo brusco, al pasar por el pequeño puente que hay cerca de la igle- sia de la Resurrección y que sigue a lo largo del cuartel, oigo gritos y veo a un oficial que retro- cede ante soldados que salen blandiendo las armas.
(1) No importa. (N. del 7.)