DIARIO DE UNA COMEDIANTA 133
entera y hubieran decidido trastornar todas sus leyes.
En el número 81, un soldado toma mi docu- mento y se lo lleva consigo. Estoy febril.
Después de un largo cuarto de hora, ese do- cumento me es devuelto —¡qué alegríal—con una anotación escrita en tinta roja. Es la única que emplean los funcionarios bolcheviques.
La anotación dice que no hay ningún incon- veniente para que retire mis fondos. Sin embar- go, se me ruega que vaya a buscar todavía un visto bueno al Ministerio de Hacienda, calle Moika, número 47.
¡Qué! ¿Aún no termina esto?...
Por fortuna, Lunacharsky, a quien encuentro al bajar, me consuela diciéndome que todo irá bien...
¡Ay! No va todo bien, porque tuve la desgra- cia de llegar al Ministerio de Hacienda cuando el comisario había partido para Moscú.
En su ausencia, un oficinista imbécil, ha escri- to sobre mi documento bienhechor que él no puede transgredir la ley. La ley sólo me per- mite tomar de mi dinero 750 rublos mensual- mente.
Para hacer esto, se atuvo a la decisión del So- viel de Moscú.
Entónces, ¿voy a tener que ir a Moscú?
¡Ah, no! ¡Imposible!