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124 PAULETTE PAX

En el palacio de Yusupof ondea el pabellón alemán. Y esto constituye un espectáculo atroz.

Los alemanes están allí... ¿Dónde? ¿Cómo? ¿Cuántos son? Nadie lo sabe; pero es inconcuso que están allí.

Hasta ahora no había yo encontrado en las ca- lles los uniformes enemigos, que sólo llevaban los prisioneros austriacos, y con la circunstancia de que ya eran harapos lamentables muy cono- cidos de tiempo atrás en Rusia.

Esta mañana vi en las calles soldados alema- nes con uniforme de campaña, sin armas, pero que se paseaban tranquilamente.

Y, como por arte de encantamiento, desapare- cieron de la ciudad los uniformes aliados, tan diversos y tan pintorescos, que estábamos acos- tumbrados a ver desde el principio de la guerra.

Esto también es una tristeza quizás más hon- da que la primera.

¿Dónde estamos pues? ¿Qué pasa con Rusia, que los alemanes pueden entrar en ella tranqui- lamente y por ferrocarril? Parece en efecto que todos ellos han llegado por esa vía y no cierta- mente en los carros destinados al ganado.

Es indudable que con la irrupción de estos alemanes, Petrogrado pasa por un cambio. Ya no se habla de motines, ni de saqueos. Los ten - deros a quienes se interroga, se muestran satisfe- chos. Esperan hacer buenos negocios.