DIARIO DE UNA COMEDIANTA 107
Como le hago notar que antes de la época de los bolcheviques, Petrogrado era una ciudad se- gura donde no había temor de ser desvalijado si se salía de noche—lo cual es muy frecuente en este momento—, me responde con una voz muy tranquila:
—Antes, os dejabais desvalijar con menos brusquedad, pero de una manera más completa, y esto en un hermoso establecimiento que se llama Banco, donde tomaban todo vuestro dine- ro. Ahora se os desvalija individualmente y con más brutalidad. Esa es la única diferencia. El re- sultado es el mismo.
Me fijo en ella mientras habla. Encuentro que no sonríe, y que no es acre. Su voz tiene una tranquilidad que impresiona.
Después de un corto silencio, añade:
— Haremos cosas espantosas... ¡Ya verá usted!
En seguida, con brusquedad, me dice, como si deseara hacerme conocer bien su opinión so- bre este particular:
—Los ingleses fueron los que desencadenaron la guerra y son los únicos responsables de ella. Al oir esto, aventuré la pregunta siguiente:
—-¿Qué piensa usted de los franceses?
La Sra. Kamenieva me ve con una tranqui- lidad en la que no se manifiesta ninguna impre- sión.
—Vosotros sois—me responde—un pueblo de