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a solas

—Siento, le dije, que Ud. se tome tanto trabajo en aconsejar a quien no lo solicita.

Abel i Eva se miraron.

—Indudablemente, dijo ésta, el señor es de Vénus.

—Nó, interrumpió aquél, pienso sea de la Tierra.

Yo me sentí mortificado sobre manera, con esta respuesta, a duo, i no pude ménos de recordar las palabras de los dos muchachos de la tarde. ¿Qué habia en mí para provocar semejante coincidencia de pareceres? Yo no lo sabia, pues ya lo he dicho, los recuerdos de mi existencia, solo databan de medio dia.

Abel fijó en mí sus miradas i Eva dijo sonriendo:

—Hé aquí, querido maestro, un problema digno de vos... Averiguar, hasta evidenciarlo, de dónde es este señor.

—No tardaré mucho en ello, respondió aquél.

Por mi parte, esta investigacion me humillaba, i quise, tuve toda, la voluntad posible para permanecer indiferente i altanero con el petulante Abel, a fin de dejarlo mal delante de Eva.

—Aunque he revelado a Ud. algo referentes mi estado del momento, le dije con frialdad, no creo que pueda Ud. saber mas que yo en lo que concierne a mí mismo.

Abel no me contestó. Se dirijió a Eva, la sonrió de un modo particular, i desapareció instántaneamente, dejándome solo con ella.