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a solas
XIX.
A SOLAS

C

onfieso francamente que al callar i bajar la cabeza humildemente, i mas de un tanto avergonzado por haberme puesto en descubierto, tuve la debilidad de no creer posible lo que con tanto aplomo i seguridad se me anunciaba. I diré mas todavia, las palabras de Eva, en lugar de disminuir mi aversion hácia el feliz Abel, diéronle mayor consistencia, i la empujaron al interior de mi alma.

Yo no queria parecer bajo una mala luz delante de ella. Así, finjiéndome vencido, procuré formular una amable sonrisa para el maestro. Pero, yo no he comprendido de qué modo leia éste mis mas recónditos sentimientos, pues me dijo con calma i dulzura:

—Al no creer Ud. en las palabras de Eva, i al finjir lo contrario, lo siento por Ud.; pues la esperiencia le irá probando, poco a poco, que la falta de sinceridad es fuente de muchos males.

Por mas que estas palabras fueron dichas, con una inflexion amable, que dejaban ver el deseo de hacer un bien, por el hecho solo de ser dichas por él, me sentí herido, i no creí digno de mi, recibir consejos.