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una luz

Ella me interrumpió con un lijero ademan.

—Voi, me dijo, ha pedir a Ud. que tenga la bondad de poner toda su atencion a lo que el profesor dice en este momento, i me formule en seguida un juicio claro sobre ello. El tiempo es corto, continuó, i es preciso concluir pronto.

En ese momento vine a recordar que me hallaba en un salon de filosofía jupiteriana. Tan absorto estaba, ante Ella, que a pesar de hallamos mui cerca del profesor que continuaba hablando en alta voz, me habia figurado que no habia en el universo mas que nosotros dos, Ella i yo.

XXX.
UNA LUZ NATURAL.

C

omo habia pasado un largo tiempo sin escuchar al sabio orador, no pude atar la relacion que habia entre las últimas palabras que he apuntando i las que en este momento pronunciaba, pero me pareció curioso escuchar el nuevo tema, que no era otro que el mismo de que hablábamos en ese instante: el amor.

—Todos los sentimientos morales, decia tienen su raiz en la aplicacion bueno o mala de la facultad de amar. Lo que se llama odio, por ejemplo, no es otra cosa que la negacion del amor, de manera, que el amor es al odio, lo que el calor al frio. Así, el amor, como el calor, tiene la propiedad de