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los mismos

en mí, mejor que yo mismo. Continuando pues en su alegría.

—Ah! ah! caro amigo, me dijo con cierto aire entre benévolo i sarcástico, la única condicion para que Ud. ame, es la belleza esterior i la belleza femenina! Ud. no conoce sino una mui lijera parte del amor incondicional, o mejor, Ud. no sabe amar.

Tuve por mal de mis pecados la debilidad de traducir el matiz sarcástico de su esclamacion, por celos. Este candidez mia provocó en Ella una risa tan pura, tan fresca, tan inocente i candorosa que sin duda me hizo poner encendido.

—Los celos, me dijo, poniéndose algo séria, son productos de un estado primitivo. Los celos son insulto hecho al amor; insulto que la lei natural castiga haciéndolos nacer como la espina en la flor. Los celos son la sospecha indigna, el amor errado, mal entendido, egoista, incompleto. Ah! no, tenga Ud, celos i el amor no tendrá espinas que lo martiricen.

Al concluir esta frase una majestad bondadosa, i varonil, o mejor que todo eso, una majestad sublime brilló en toda su persona.

No me atreví a pensar. Estaba absorto......

Mas este estado duró mui poco.

Ella, se acercó a mi; i con el aire de una madre que aconseja a su hijo; de una hermana que suplica a su hermano; de un amigo que pide a otro amigo; con un aire que encerraba todas las bon-