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jerado i mas que todo mal intencionado profesor dé filosofía.

Entre tanto, las últimas palabras de éste, habian promovido un desórden tal en la concurrencia, que no parecía dispuesta a seguir escuchando un conjunto semejante de inverosimilitudes. Tal era la espresíon de estrañeza con que escuchaban al orador.

Todo aquello me fué antipátíco, i habló, a mi juicio, harto mal de los jupiterianos.

Pero, sea como quiera, lo cierto es que, alzando la voz hasta disminuir el desordenado ruido de la incrédula multitud, el profesor de filosofía jupiteriana, con un tono aunque no enfático, al ménos de profunda conviccion i como de cosa incuestionable:

—Sí, dijo, ese estado enfermiso de espíritu, que se llama la pasion, produce manifestaciones esteriores que para nosotros son increibles, puesto que nuestra posicion en la escala del progreso hace imposible tales aberraciones. I digo, aberraciones, no porque las haya en la naturaleza, como lo creen los sabios terrestres, sino porque el uso de esta palabra, coincide justamente con el estado de atraso correspondiente a la época pasionaria de que hablamos. En efecto, en esta época tomando el orgullo un vuelo inmenso, impide al hombre juzgar de la verdad absoluta, a pesar de la acumulacion de datos científicos que entónces debe poseer, pues no puede resolverse a compren-