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a quien, como yo, lo siente. Comparaba este gru- po de personas con quienes nos entendíamos sin penas ni esfuerzos, con quienes nos acariciába- mos por medio de recíprocas atenciones, y recor- daba al mulato Eusebio y demás locos. Ah, ¡qué dolor, qué tormento es la sociedad bruta y áspera para un corazón sensible y acostumbrado largo tiempo a los encantos de la refinada cultura !

Como véis, la señora de Mendeville se ha- lla en Montevideo en contacto inmediato con los dirigentes y al tanto de todos los planes políticos y militares. Conoce los hilos de la trama, los teje ella misma, en ocasiones, sir- viendo de agente eficaz para trasmitir órde- nes, cirenlar noticias y sugerir rumbos o so- luciones. No es que la tarea convenga a.sus aptitudes, pues la intriga y el juego políticos la disgustan, y la complejidad de los intere- ses y pasiones que se agitan en el escenario, y que se hace necesario armonizar, la descon- ciertan y atribulan. Una « Babel > y un « In- fierno », tales resultan, para ella, los episo-