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tantes, residentes en la ciudad o meras aves de paso, iban a buscar en aquel ambiente de exquisita amabilidad y superior distinción, la satisfacción de necesidades muy altas del es- píritu : el cultivo de la conversación culta en que brota la anécdota pintoresca o la frase conceptuosa, que condensan, en sintética fór- mula literaria, un carácter o actitud indivi- dual, un estado colectivo, una situación polí- tica. Si ha habido alguna vez un salón en Bue- nos Aires, ese fué, seguramente, el de doña María Sánchez. Ninguna dama argentina, ni antes, ni después de Misia Mariquita, reu- nió, como ella, las calidades necesarias para formar y tener un salón, lo que, como no igno- ráis, es algo bien distinto de ofrecer recepcio- nes, más o menos selectas y fastuosas, como en un club, o dar banquetes, más o menos bien servidos, como en un hotel, u organizar partidas de juego, más o menos interesantes o interesadas, como en un casino. Hay quie-

nes presumen ser cosa sencilla y fácil tener