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una sola palabra de cariño puede variar para alguno la dureza de su destino.

En el sublime poema dantesco, el excelso poeta, cercano ya al término de su viaje, vuelve los ojos hacia la divina Beatriz, deidad inspiradora de su elevación espiritual, y agra- dece la obra cumplida por su Dama en un elo- cuente apóstrofe en que pone todo el fervor de la plegaria. Cuando se auseulta el corazón de Avellaneda y se mide su afecto por Car- men Nóbrega — obligada, ella también, a bajar en ayuda de su esposo al infierno de la política, — se hace imposible dejar de creer que en las ocasiones supremas de la vida el gran orador y estadista ha debido elevar a su compañera, desde el fondo de su alma no- bilísima, expresiones de gratitud iguales o parecidas a las de estos tercetos inmortales:

O Donna, in cui la mia speranza vige, E che soffristi per la mia salute In inferno lasciar le tue vestige;