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la ascención. Que este tipo de mujer, moral, más que intelectualmente, fuerte, realizado en modo tan completo por doña Carmen Nó- bLrega, es eterno y necesario; que no puede extinguirse, sin que, al propio tiempo, la so- ciedad periclite y la civilización desaparezca o peligre, ocúrresenos una verdad de eviden- cia, sin que esto implique negar, y mucho menos combatir, la creación de otros tipos dis- tintos de mujer que tal vez ya están formán- dose. Sólo nos queda ahora un hecho que ra- tificar : el del reconocimiento, por el estadis- ta, de la valiosa cooperación de sn compañe- ra. Algo hemos anticipado ya sobre este pun- to en aquel curioso diálogo entre el doctor Avellaneda y una tía suya tucumana que transcribimos al comenzar. Ese escrito, pri- vado, por lo demás, es el único, que sepamos, en el cual el doctor Avellaneda hable de su esposa para loarla y enaltecerla. No debe ex- trañarnos este silencio. Un pudor natural veda la pública ostentación de ciertos senti-