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ejemplo tiene en ella la hija para modelar su conducta; si la desavenencia debióse a he- chos del marido que no eran de carácter pú- blico y grave, poca paciencia y resignación demostró tener la señora para bo tolerar y perdonar esas faltas, y, también, poca fe en sí misma, para no confiar en que, a la larga, pudiera enmendar a su marido; triste y peli- groso ejemplo es también el que ofrece a su hija en este segundo caso. Después de tomar el peso y desentrañar el sentido de este fallo, digno de una esposa cristiana con alma tem- plada al diapasón de lo grande, nadie extra- ñará cierto juicio de monseñor Mattera sobre la personalidad moral de doña Carmen Nó- brega. Censuraba una vez el nuncio apostó- lico, en rueda de damas, los bailes de niños realizados con fines de caridad. « ¿Y qué di- ría usted si supiera que la señora de Avella- neda ha mandado a sus hijas a un festival de esa clase ? » le interrumpió una de las seño- ras presentes, buscando desarzonarlo. « Que