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cortando, sin violencia, una entrevista que comenzaba a volverse pesada, sugería gentil- mente a su interlocutor la idea de pasar al saloncito de Carmen; lo que, envolviendo una evidente atención, importaba sobre todo un ardid para desprenderse del importuno o del pegajoso. El hombre público sabía bien que podía girar sin limitación a cargo de la ama- bilidad y paciencia de su esposa, quien no li- mitaba su acción de defensa a una actitud meramente pasiva. Con su clarividencia de mujér inteligente, que lo que no lo compren- de lo adivina, misia Carmen se adelanta a prevenir los deseos e intenciones del político.

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que obsequió su autor a la señora de Avellaneda con la siguiente dedicatoria :

«A Carmen de Avellaneda: como el árbol, de puro viejo. no da ya fruta que valga, le envio una, en conserva, de su primera cosecha.

« Se recomienda por Ja caja que la contiene, aunque gus- tándola sepa a fruta mal sazonada, pero de buena estirpe.

« Fáltale el perfume de la vida! Acéptelo como el retrato de joveu de su amigo El autor. »