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toda su ingénita perspicacia, que en ese pe- queño cenáculo de hombres públicos, así

táctica calculada para evitar compromisos o ahorrarse el desagrado de dar una respuesta desfavorable.

«Un día se anunció la aparición de las poesías completas de Jorge Isaacs y ellas fueron esperadas con ansiedad a causa de la resonancia de su novela María, que tantos apa- sionados y admiradores tuvo en su época. El libro vino y causó un profundo desencanto... El poeta no estaba a la altura del novelista. El doctor Avellaneda... escribió un artículo comparativo entre el poeta y el novelista... Al día siguiente de haber sido terminado debía tener lugar un acuerdo de ministros para el que se había citado con an- ticipación. Todos concurrieron a la hora fijada, y, después de hechos los primeros saludos y de cambiadas las frases usuales en tales casos, se produjo ese discreto silencio que precede a la exposición del asunto que motiva la reunión.

«El doctor Avellaneda echó entonces la mano al bolsillo y sacó un legajo de papeles que los presentes tomaron por algún proyecto de mensaje al Congreso o por un trabajo sobre finanzas o cosa parecida. Pero no había tal cosa. El manuscrito era el escrito sobre Isaacs que el autor se puso a leer inmediatamente, sin introducción ni aviso de de ninguna clase. Hubo al principio un aire de sorpresa en los oyentes, aire que fué cambiando poco a poco en otro de agrado y satisfacción... pues se trataba de un trabajo verdaderamente delicado y los ministros eran hombres in- telectuales... El doctor Avellaneda suspendía a veces la lectura para hacer algunos comentarios o aclaraciones a lo escrito, o para agregar ideas nuevas que se le ocurrían, y, por su parte, los ministros objetaban, aprobaban o de