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topografía general de esa entonces suntuosa mansión, acuyos severos salones dirigiremos ahora unas ligeras miradas. Desdeñemos, em- pero, fijar la atención en detalles de ornato o de mobiliario, no porque no lo merezcan los muebles de ébano con incrustaciones de mar- fil, de la biblioteca, o los de roble tallado, del comedor, sino porque la impaciencia nos urge y aguijonea para que sorprendamos y fijemos en el papel algunas de las escenas de que fue- ron teatro esas históricas salas, donde el prín- cipe de los oradores argentinos ensayó en alta voz, sus magnilocuentes oraciones o el jefe de estado meditó sus grandes medidas de

análoga ocasión, «un árbol es una vida ». El gran inten- dente de Buenos Aires, don Torcuato de Alvear, transó el pleito a su modo y en su forma original y expeditiva de costumbre : presentóse un día en la casa de Avellaneda, acompañado de una cuadrilla de peones municipales y dirigió en persona la extracción del árbol y su trasplante a los jardines que estaba formando en la Recoleta, donde hoy existe con la siguiente inscripción, no del todo exacta : «Phanix dactylifera : palmera donada y plantada por el doctor Nicolás Avellaneda, presidente de la República, junio de 1881. »

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