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ravilloso don de gentes y en un todo identi- ficada, además, con el pensamiento y propósi- tos de su marido, nadie tan adecuada como ella para atraerse las simpatías, granjearse la amistad y conquistar la ilimitada adhesión de aquellos esquivos hombres de tierra adentro, cuya hosquedad y recelos provincianos, más que justificados ante las pullas mortificantes de que les hacía blanco la implacable pasión porteñista, disipábanse en seguida como por ensalmo, al trasponer los dinteles de la casa de Avellaneda y penetrar, con pie seguro y ánimo sereno, en aquellos salones amigos, cuyo ambiente, mitad provinciano, mitad porteño, dábales al punto la dulce y grata sensación de hallarse en su propia casa del terruño (1).

(1) En sus interesantes Recuerdos de un secretario, el doc- tor Manuel Marcos Zorrilla explica el prestigio que tuvo en el interior de la república la candidatura presidencial del doctor Avellaneda, por la acertada gestión, brillantes iniciativas y notable desempeño en el departamento de jus- ticia, culto e instrucción pública del que fué, realmente,