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sabido, cuando se detiene a indicar ciertos rasgos de la dama, de quien escribe, con ele- gante concisión, que « había nacido matrona a pesar de los triunfos no lejanos de sus ojos negros, serenos y sin malicia > ? Y ¿acaso no esboza ya un principio a lo menos de expli- cación cuando sostiene que si Avellaneda fué y pudo ser a la vez gran escritor, orador y hombre de estado, recorriendo, en el breve término de diez años, la carrera de los públi- cos honores, hasta encumbrarse, por méritos propios, a la más alta magistratura de la república, debiólo «al reposo de su vida ín- tima y al espejo que tenía delante, como el sacerdote en los templos budistas, para mirar su conducta y mensurar sus actos » ?

Dos formas distintas de acción — la una directa y militante, indirecta y defensiva la otra — pone en práctica la mujer casada para cooperar a la elevación de su marido, depen- diendo la opción entre ellas del carácter y cultura de ambos cónyuges. En el primer