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y efusiones de los amantes, cuya inflamada imaginación viste la persona del sér adorado con las galas de todas las perfecciones, el bri- llante ensayista presenta a nuestra contem- plación los entretelones, diríamos, de la luna de miel; peligroso y decisivo período, en el cual, erídas de los ojos las vendas de la ilu- sión, aparecen en el amado sus reales condi- ciones, o, como dice Emerson con novedosa imagen, «en que los ángeles y los demonios que habitan en ese templo del cuerpo se aso- man a todas las ventanas ». No todas las uniones conyugales resisten la dura prueba, y entonces, roto el mágico sortilegio, disipa- do el encanto prodigioso, la plateada luna de amor se vela con densos celajes y el himno epitalámico se transforma en treno elegíaco. Mayor es todavía el riesgo del fracaso en ciertos casos especiales. ¡ Mil veces infelices el hombre o la mujer que, sin poseer el estado de gracia necesario, ligan su existencia a la
de uno de esos seres vaciados en moldes dis-
