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vinciano, de pequeña y a la verdad poco gar- bosa figura, de andar cadencioso y pausado, de negra y rizada barba asiria, de ojos pro- fundos y pensativos, de palabra melodiosa y deslumbradora. Por ley de secreta afinidad mental, más quizá que por simple coinciden- cia, ese joven a quien Carmen acordaba su predilección, era también, como ella, un hijo de degollado por la tiranía. Llegado de Tucu- mán, algunos años atrás, ala no fácil conquista de Buenos Aires, pobre, pobrísimo en bienes de fortuna, pero rico, opulento en dones del espíritu, su nombre comenzaba ya a mencio- narse con aplauso en las asambleas políticas y en los estrados judiciales de la rica y en- greída ciudad porteña. Él, también, como su prometida, procedía de familia de antiguo abolengo colonial, que, además, contaba ya algunos ascendientes con nombre ilustrado por públicos servicios, y se llamaba Nicolás Avellaneda.