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necesaria, envuelta en la niebla de las pasiones, que no deja percibir la luz. Pareceríale a alguno que habla la exponente con encarecimiento o ri- gorismo. Pero no es así. Quisiera que los que esto pensasen viesen los autores, que fa la expo- nente le han leído y se desengañarían que en lo que deja sentado no hay ficción, ni alucinamiento;, singularidad o rigorismo, pues es de muchos y buenos. Por esto no peca el padre ni la madre en oponerse al matrimonio de la hija con cierta y determinada persona, sino que antes hace cosa lícita y honesta, si no conviene, y pueden por lo mismo persuadir a la hija que no lo haga, estor- bárselo, y aún amenazarla si lo hiciese. No se atreviera la exponente a decirlo si no lo hubiera visto.

Pero cuando la hija no pecara y la madre no pudiera impedírselo, ¿debería no obstante efec- tuarse el matrimonio ? Si de su celebración echase de verse probablemente qué había de resultar en- tre padres e hijos o aunque no fuere sino entre los parientes de ambos contrayentes, amargos disgustos, alteraciones pesadas, riñas, debates y contiendas, que suscitasen escándalos, dicen otros no menos que los primeros, que no se debe permi-