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plorar los recónditos misterios del alma feme- nina, descubrir el resorte impulsor de los actos de la mujer, escuchar los latidos de su noble co- razón rebosante de afectos eimpulsos exquisitos. Para trazar estas monografías de nuestra his- toria moral y social ha sido menester insinuar- seen el interior de los hogares ; exhumar, del fondo de los cajones de antiguos escritorios, viejos papeles de familia ; descifrar cartas pri- vadas y esquelas intimas ; compulsar archivos públicos ; prestar oído también alguna vez, con la reserva necesaria, a la voz de la tradición. Sea mi última palabra de reconocimiento para todas las personas que han facilitado mi tarea, Y, muy especialmente, para mi ex discípulo y distinguido amigo, el doctor Carlos Lezica, poseedor de los papeles de su ilustre antecesora, la señora de Mendeville ; y para los señores Pe- dro I. Caraffa y Juan Carlos Belaunde, dig- nísimos funcionarios del Museo Histórico Na-
cional. A. D.