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¿No encontráis, señoras, de una belleza moral estupenda el caso de esta anciana de 82 años, euya vida ha sido hondamente la- brada por el infortunio, y cuyo corazón san- gra dolorosamente por heridas nunca del todo cicatrizadas, como son las que abre en la no- ble víscer:. la muerte de hijos y nietos ado- rados; que se yergue, con estoicismo, sobre pesares y dolencias; y, persistiendo en su cul- to por la elegancia del decir, indicio inequí- voco de aleurnia interior, se afane todavía en escoger, en un libro de cabecera, voces y frases que habrán de hermosear su lenguaje, como quien, llevado del deseo de adornar su persona, busca piedras y joyas preciosas en un alhajero? La admirable octogenaria hace después sabrosas consideraciones sobre el es- tudio de Guizot, mostrando conocer el asunto hasta en el detalle, perteneciente al gabinete reservado de la historia, del defecto de con- formación física de que adolecía la bellísima francesa:
