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gaba a sí misma con una amonestación que, en el fondo, importaba un auto-elogio y qui- 7á una censura para algunas compañeras: « ¿Qué es esto, Mariquita ? ¿ Te estás ponien- do guaranga, acaso?» Espíritu sin arrugas, por lo que véis, continuaba, anciana, sintien- do como cuando joven; y uno de los asiduos de su último salón nos cuenta que seguía pen- saudo también de la misma manera. « Man- tuvo siempre la juventud y el frescor de las ideas —escribe Santiago Estrada — gracias a su comercio con los libros y asu aspiración, extraña a la ancianidad, de continuar desarro- llando las fuerzas intelectuales, a pesar de los años y de la vida fatigada que soportaba. » Con efecto, fué una pasión de doña Mariquita, desde sus tiempos juveniles, la lectura seria e instructiva; y no faltan documentos que ha- gan luz sobre el carácter de las obras con que alimentaba su curiosidad universal y satisfa- cía su ansia de elevarse espiritualmente. Ya en 1822 obséquiala alguien el Quijote, tra-