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mezclándose, alas noticias cambiadas, risne- ños comentarios, agudas observaciones, cer- teras reflexiones sobre el mundo y la vida. Recorriendo esas cartas, encantadoras por el negligé de su estilo, imagínase el lector estar escuchando, desde una habitación contigua ala que ocupan nuestras damas, el diálogo íntimo y sabroso, confidencial y picante, que ambas sostienen con la libertad y confianza absolutas de los que creen hablar sin testigos. Y no deja también de ocurrir, a veces, en esas cartas, como en las conversaciones a solas, que uno de los interlocutores recomiende al otro el secreto de lo que cuenta o dice: esto no se puede decir; guárdate de repetir esto. Escuchemos a nuestra dama:

La pobre M... me parte el alma. Mujer que tiene pasiones, tiene méritos; y, sea en la clase que sea, hay corazón, y es lo que aprecio. A las que se consideran impecables, les tiemblo : suelen ser perversas. En mi larga peregrinación por el mun- do he notado que las castas Susanas son, a me-