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filosofía... Créame usted que lo he desconocido... porque, en sus ideas de progreso, se empeña en destruir nuestra corporación. En un país en que los hombres están siempre en guerra civil ¿no cree usted sea utilísimo que las señoras cuiden de los establecimientos de caridad y educación de la mujer ?

Y después de estos pases le mano magné- ticos, con una finura y una gracia encanta- dora, le aplica el epíteto de loco, con que el público lapida ya al profeta que lo contradice:

¡ Vaya, mi amigo, que ha « delirado » usted en ese informe! Usted es un injusto, — agrega. — No se contenta con la política y los muchachos, y quiere pelearse con las mujeres. ¡ No sabe usted

qué malos enemigos son las mujeres !...

Después de cuya frase, que no se sabe bien si importa una terrible amenaza o una amis- tosa advertencia, tiende gentilmente la mano a su adversario y le invita a firmar, en el in- terés público, un generoso tratado de paz: